El Imperio Romano (27 a.C. – 476 d.C.) fue la última división de la historia de la Roma Antigua, que comenzó en la época de Octavio Augusto (63 a.C. – 14 d.C.) cuando este emperador consolidó los territorios de la República y dio paso a la formación del Imperio. Durante los siguientes siglos, Roma siguió creciendo territorial y económicamente, a través de las dinastías más importantes: la Julio-Claudia (27 a.C. – 68 d.C.), la Flavia (69 -96), la Antonina (96 – 192) y la Severa (193 – 235). Los emperadores de estas dinastías llevaron a Roma a su máximo esplendor tanto político como cultural, creando un gran imperio en Europa, Asia y África. (Véase el mapa de la máxima expansión del Imperio Romano en la época del emperador Trajano, 117 d.C.)
En el año 235, el último emperador de la dinastía Severa, Alejandro Severo, fue asesinado en un campamento militar por un motín de soldados y comenzó un período de anarquía militar, también conocido como la crisis del siglo III.
Crisis del siglo III:
La crisis del siglo III tuvo varios frentes: la presión sobre las fronteras del imperio por parte de los pueblos extranjeros que los romanos llamaban bárbaros; las dificultades económicas que los ataques de estos pueblos causaron; las modificaciones del orden social y el desorden político. Así estamos frente a una crisis militar, económica, social y política. La gran extensión del Imperio dificultaba las comunicaciones entre las provincias y Roma, situación que favoreció la autonomía de los funcionarios provinciales. Además, los ejércitos de estas regiones incorporaban gente del lugar, lo que establecía vínculos de lealtad entre las tropas y sus comandantes. Los ejércitos provinciales comenzaron a deponer a los emperadores y elevar a sus comandantes a la dignidad imperial, hecho que indicaba la importancia que había alcanzado la fuerza militar en la vida política romana.
Los pueblos bárbaros:
Des del norte y este de Europa, el debilitamiento del Imperio Romano, fue aprovechado por los pueblos germanos para realizar cada vez mayores incursiones dentro del territorio del Imperio. Hubo varias causas que explican las migraciones de los bárbaros germanos hacia el sur, por un lado, el aumento de la población y las difíciles condiciones de vida: como habitaban zonas cubiertas por bosques y pantanos, los germanos se vieron obligados a desplazarse constantemente en busca de mejores tierras para cultivar, para establecerse definitivamente en un lugar y así desarrollar actividades que les permitieran garantizar una economía estable.
Por otro lado, el deseo de integración al imperio romano: gracias a varios siglos de vecindad con los romanos, los germanos habían asimilado la tecnología y las tácticas de guerra romanas, por lo que fue muy difícil frenar sus avances. Algunos germanos se instalaron en áreas rurales y se convirtieron en trabajadores del campo. Otros ingresaron en calidad de federados, bajo la condición de servir al ejército romano y defender las fronteras de nuevas invasiones. Y por último, la presión de los hunos, que eran un pueblo bárbaro nómada, proveniente de las estepas situadas al norte del mar Negro. Habían sido expulsados de Asia por lo que se desplazaron atacando a los germanos, al Imperio romano y a los reinos de Persia e India.
Los hunos han sido reconocidos en la historia por ser grandes guerreros y por sus acciones bélicas. Su migración empujó hacia el Imperio Romano a pueblos como los francos y los burgundios, quienes vivían en el centro de Europa. Estos, a su vez, presionaron a los turingios y a los lombardos.
Los germanos generalmente se movilizaban en pequeñas hordas, su economía era pastoril y su cultura era típica de los pueblos nómadas. La base de la organización social la constituía el parentesco. El clan unía a todos los miembros con un linaje familiar o antepasado común. El pueblo era dirigido por un jefe o un rey elegido por la mayoría. La dedicación a la guerra de los pueblos germanos originó la institución de la Gefolge o Gefolgschaft, vínculo personal de lealtad establecido entre un jefe militar y los hombres libres que se ligaban personalmente a él durante el tiempo de una campaña guerrera formando parte de su séquito.
La crisis económica:
El fin de la expansión romana desencadenó una crisis económica. El Estado ya no contaba con las riquezas obtenidas durante las conquistas militares. Para mantener el aparato burocrático y pagar los ejércitos, debió aumentar los impuestos. Los campesinos comenzaron a rebelarse contra la presión fiscal, se reclutaron más tropas para imponer el orden, generando a su vez, un mayor aumento de los gastos del Estado.
Por otra parte, la disminución del comercio y la vida política en las ciudades, llevó a muchos habitantes a trasladarse a sus propiedades rurales y a concentrar en ellas sus actividades, generando un proceso conocido con el nombre de ruralización. Sin embargo, las invasiones arruinaban campos y cosechas; las comunicaciones se interrumpieron y muchas ciudades eran saqueadas.
El emperador Diocleciano y la Tetrarquía
La crisis comenzó a ceder con la llegada del emperador Diocleciano, en el año 284. Para mejorar la defensa y la administración de los territorios, y para solucionar el problema de la sucesión imperial, Diocleciano planeó efectuar una reforma, por la cual el Imperio se dividiría en dos grandes regiones: Oriente, con Capital en Bizancio, posteriormente denominada Constantinopla, y Occidente, con capital en Milán. Además, estableció como nuevo sistema de gobierno la tetrarquía, es decir, un gobierno de cuatro personas.
Según la reforma que Diocleciano intentaba implementar, cada una de las partes del Imperio quedaba gobernada por un emperador, con el título de Augusto, el cual era asistido por un César. Después de 20 años, el Augusto debía renunciar para dar paso al César. Esta reforma político-administrativa se complementó concentrando todos los poderes en manos del emperador. El Senado y los magistrados perdieron toda autoridad.
En la primera tetrarquía (293 – 305 d.C.) el imperio se dividió en cuatro, los dos emperadores o augustos: Diocleciano en Oriente y Maximiliano en Occidente; y los dos césares: Constancio y Galerio.
Diocleciano adoptó el título de Señor y se proclamó hombre sagrado, razón por la cual esta época se conoce con el nombre de Dominado. Durante su gobierno se restauró el orden, se frenaron las invasiones y se reanudó la construcción de obras públicas en todo el Imperio. Sin embargo, tras su abdicación, en el año 305, se desataron nuevas luchas por el poder.
La división del Imperio en Oriente y Occidente se llevó a cabo de forma definitiva en el año 395 cuando el emperador Teodosio, entregó las dos partes del Imperio a sus hijos: Arcadio que heredó la parte oriental y Honorio que recibió la occidental.
El emperador Constantino:
La nueva crisis política se superó con el triunfo de Constantino en el año 306. Este emperador, reunificó el Imperio y restableció el carácter hereditario del trono. Debido a que la importancia política y económica de Roma había disminuido progresivamente, al tiempo que se fortalecía la parte oriental del Imperio, Constantino decidió trasladar la capital de Roma a Bizancio, en el año 324, y nombrarla Nueva Roma de Constantino o Constantinopla.
Expansión del cristianismo:
Durante su expansión, los romanos habían practicado la tolerancia religiosa. Uno de los cultos que se extendió por el Imperio fue el cristianismo, proveniente de Judea en la región oriental del mar Mediterráneo.
El cristianismo apareció durante el siglo I d.C. cuando Jesús de Nazaret comenzó a predicar el monoteísmo, la igualdad de todas las personas, la caridad y el amor al prójimo. Jesús fue considerado por sus seguidores como el Mesías que liberaría a los judíos de la opresión romana. Este hecho, sumado a su negativa a practicar el culto a los emperadores, propició su detención y posterior crucifixión por parte de las autoridades romanas de Judea. Luego de su muerte, los seguidores de Jesús continuaron predicando su doctrina y conformaron las primeras comunidades cristianas.
El cristianismo se propagó entre los sectores menos favorecidos y, posteriormente, entre los sectores más cultos de la sociedad romana. Sin embargo, por no rendir culto al emperador, los cristianos fueron perseguidos, asesinados y obligados a vivir en catacumbas o galerías subterráneas.
Los cristianos que preferían morir antes que hacer sacrificios a los dioses romanos fueron llamados mártires (testigos) porque daban testimonio de su fe en Jesús con su propia vida.
Cristianismo religión oficial del Imperio:
Debido a la importancia que había adquirido el cristianismo, durante el gobierno de Constantino se revirtió la política de persecución con la promulgación del Edicto de Milán en el año 313, el cual permitía la libertad de cultos. Este edicto fue el primer paso para el reconocimiento legal de este credo. En los siguientes años se otorgaron privilegios a la Iglesia y se permitió que un gran número de cristianos ocuparan puestos públicos. Sin embargo, Juliano II (361 – 363), el sucesor de Constantino, volvió al paganismo y a la persecución de los cristianos, por ello fue conocido con el sobrenombre de Juliano el Apóstata. Años después, en el 380, el emperador Teodosio instituyó al cristianismo como la religión oficial del Imperio romano, a través del Edicto de Tesalónica.
Aunque no se conocen las razones que tuvo Constantino para tomar la decisión de suspender las persecuciones contra los cristianos, según un testimonio de la época, Constantino tuvo una visión de la cruz acompañada de unas palabras que decían “Con este signo vencerás”. Después de esto, Constantino se convirtió en defensor y promotor del cristianismo en el Imperio.
Luego de la promulgación del Edicto de Milán, los cristianos, y el mismo Constantino, comenzaron a perseguir otros credos a los que llamaron cultos paganos, destruyendo sus templos y atacando a sus sacerdotes. Hacia el 363 se prohibieron los cultos de otros religiones, y al finalizar el siglo el cristianismo se había convertido en la religión oficial del Imperio.
La fusión del cristianismo con las estructuras culturales del mundo romano, le ayudó en su desarrollo posterior. A lo largo del siglo IV comenzó su expansión por fuera de los ámbitos urbanos, lo cual se vio favorecido por su difusión entre los pueblos germánicos que por aquel entonces entraban al Imperio romano. A partir de entonces, esta religión se convirtió en una práctica popular que en ocasiones fundía aspectos religiosos cristianos con los cultos de estos pueblos. También hay que tener en cuenta que muchas veces se difundió el cristianismo en forma de herejías tales como el arrianismo y el donatismo.
Mientras que la apostasía es la renuncia a una religión, la herejía es una interpretación o teoría novedosa o controvertida de la religión que entra en conflicto con el dogma establecido, es decir, la verdad establecida por la Iglesia. La Iglesia cristiana estaba dividida por varios desacuerdos sobre la figura de Cristo y su relación con Dios. El emperador Constantino y sus sucesores intentarán a través de la convocatoria de Concilios establecer una unidad en el seno de la Iglesia, es decir, proveer a la Iglesia de un dogma y una ortodoxia (creencia correcta y verdadera).
Arrio de Alejandría (c.250 – 335 d.C.) fue un religioso que defendió una posición controvertida con respecto a la naturaleza de Jesús y su relación con Dios. Según Arrio, Jesús fue creado por Dios y por tanto es inferior a Dios, de este modo, se oponía al concepto de la Trinidad, que sostiene que Dios es uno representado en tres figuras: Padre (Dios), Hijo (Jesús) y Espíritu Santo.
La posición de Arrio generó el arrianismo, que fue condenada por la Iglesia como una doctrina herética en el Primer Concilio de Nicea (325) y confirmado en el Primer Concilio de Constantinopla (381). Aun y así el arrianismo gozó de cierta popularidad e incluso algunos emperadores romanos fueron o estuvieron próximos al arrianismo como Constancio II (337 – 361) y Valente (364 – 378), incluso se dice que Constantino fue bautizado por un sacerdote arriano. También tuvo una fuerte influencia entre los bárbaros, algunos de los pueblos germanos se convirtieron al arrianismo como los visigodos, ostrogodos, vándalos y burgundios.
Donato de Cartago (siglo IV d.C.) fue un obispo de la ciudad de Cartago que consideró que solo podían administrar los sacramentos aquellos sacerdotes puros, libres de pecado y que se habían mantenido fieles a la fe durante la época de la persecución romana. En la región de Cartago los sacerdotes se habían dividido en dos sectores, los traditores, aquellos que colaboraron con las autoridades romanas en la época de la persecución y los numidios, aquellos que habían permanecido fieles a la fe. En el 311 los numidios se opusieron a la elección del obispo Ceciliano considerado un traditor y nombraron a Mayorino como obispo rival, al poco tiempo Mayorino fue sucedido por Donato Magno, originándose el donatismo que fue condenado por la Iglesia como movimiento herético. El donatismo que además se oponía a la dominación imperial de Roma, fue eliminado completamente en el 412 por el emperador Honorario.
La transición hacia la Edad Media
A finales del siglo IV, y durante el siglo V, los bárbaros invadieron masivamente el Imperio, Generando problemas económicos, políticos y sociales. En el año 476, con la caída del Imperio romano de occidente, Europa ingresaba en la Edad Media.
Las invasiones de los siglos IV y V:
A finales del siglo IV, los germanos entraron en el Imperio romano, como consecuencia de la presión que los hunos ejercían sobre ellos. Los principales grupos invasores fueron: los godos, divididos en visigodos y ostrogodos; los alanos, suevos, vándalos, alemanes, anglos, jutos, sajones, burgundios y francos.
Los visigodos entraron por la parte oriental del Imperio en el año 376 y fueron aceptados como federados, es decir, como aliados militares de Roma a cambio de tierras y alimentos. Sin embargo, como Roma incumplió el pacto, los visigodos se rebelaron y vencieron a los romanos en la Batalla de Adrianópolis en el 378. En el 410, comandados por el rey Alarico I, entraron en la península itálica y saquearon a Roma. Posteriormente, el sucesor de Alarico, Ataulfo, se estableció al sur de Galia y en Hispania.
En el año 406, ocurrió La Gran Invasión, en la que llegaron al territorio del Imperio grupos de alanos, suevos, vándalos y burgundios. Los tres primeros se establecieron en Hispania, generando enfrentamientos con los visigodos que, por ese entonces, estaban al servicio de los romanos. Esto provocó, a partir del año 429, el desplazamiento de los vándalos hacia el norte de África. Por otra parte, los burgundios y otros pueblos se ubicaron en diversas partes de la región occidental del Imperio.
La invasión de los Hunos:
Aprovechando las migraciones de los germanos, los hunos lograron establecerse pacíficamente en la frontera oriental del Imperio romano, en el territorio de la actual Hungría. Sin embargo, a mediados del siglo V, el rey huno Atila, rompió las relaciones con los romanos y decidió invadir el Imperio. En el año 439 comenzó atacando la parte oriental y logrando importantes victorias. Luego, en el año 451, marchó sobre la parte occidental, entrando a la región de Galia. Sin embargo, Atila fue derrotado, en la batalla de los Campos Cataláunicos, por una coalición de romanos, francos, burgundios y visigodos, comandados por el general romano Aecio. En el 452, Atila invadió Italia, saqueando algunas ciudades y atacando a Roma. Pero su muerte, acontecida un año después, generó desunión entre los hunos quienes, finalmente, se retiraron de Europa.
La caída del Imperio Romano de Occidente
Tras el asentamiento de los pueblos germánicos dentro del Imperio de Occidente, la autoridad imperial fue reduciéndose: francos y burgundios ocuparon las Galias; anglos y sajones, el territorio de Britania. Los generales romanos y germanos destituían y proclamaban emperadores, los cuales, a su vez, se apoyaban en grupos germanos para defenderse. En el año 476, el rey germano Odoacro derrocó al último emperador, Rómulo Augústulo. Este hecho significó el fin del Imperio romano de occidente.
El Imperio se fragmentó en una multitud de pequeños reinos gobernados por reyes germánicos. Los reinos más importantes fueron el ostrogodo en Italia, el visigodo en la península Ibérica, el franco en la antigua Galia, el anglo y el sajón en las Islas Británicas. La parte oriental, mejor gobernada y mejor defendida militarmente, consiguió resistir la oleada germánica y desplazarla hacia Occidente.
Consecuencias de las invasiones bárbaras:
Las principales consecuencias de las invasiones bárbaras fueron:
1. Desaparición de la unidad política y jurídica. Cada región del Imperio occidental se convirtió en un reino independiente controlado por germanos. Esto contrastó con la unidad que se había mantenido durante todos los siglos en los que Roma ejerció como el centro regulador de la vida del mundo antiguo.
2. Desaparición de la unidad lingüística. Las lenguas germánicas remplazaron el latín, sobre todo en regiones fronterizas del Rin y Britania. Por el contrario, en Hispania e Italia, se conservó la lengua latina aunque mezclada con las de los pueblos germanos, generando lo que posteriormente se conoció como lenguas romances.
3. Decadencia económica. Las ciudades decayeron, los campos se empobrecieron y se profundizó la ruina del comercio marítimo, pues los germanos no contaban con suficiente experiencia en el arte de navegar. En este sentido, los vándalos, por ejemplo, se convirtieron en piratas que asolaban la parte occidental del mar Mediterráneo.
4. Ruralización. Muchos habitantes de las ciudades migraron hacia el campo, donde además, se habían establecido la mayor parte de los germanos. Estos tenían experiencia agrícola y ganadera, no vivían en ciudades sino en aldeas, razón por la cual, prefirieron los entornos rurales para asentarse.
5. Pérdida de las tierras. Los ricos propietarios romanos perdieron gran parte de sus tierras porque tuvieron que ceder a los pueblos germanos un tercio de ellas. Algunos pueblos como los visigodos, burgundios y vándalos exigieron más cantidad de tierras, razón por la cual se desataron algunos conflictos. Finalmente, este reparto de tierra entre germanos y romanos hizo que años más tarde se conformara una sola clase social de poderosos terratenientes.
Los reinos romano-germánicos:
Las nuevas unidades políticas en que quedó dividida Europa occidental tras la caída del Imperio romano fueron el punto de partida de las naciones europeas de la actualidad. En cada uno de los territorios se fueron desarrollando características étnicas y lingüísticas propias que acabaron por dar forma a los diversos idiomas y nacionalidades.
La formación de los nuevos reinos:
Los pueblos germanos habían buscado sustituir la autoridad romana por la propia. Nunca pensaron en destruir las instituciones y la cultura romanas porque las admiraban. En los nuevos reinos, entonces, se produjo un proceso de fusión cultural que afectó la vida económica, política y social de todos ellos.
El reino Franco:
Los francos se establecieron en las antiguas Galias desde el siglo IV, en los actuales territorios de Bélgica y Francia. Dirigidos, a partir del año 481 por Clodoveo, primer rey germano en convertirse al cristianismo, los francos lograron conquistar toda la región.
El reino Visigodo:
Antes de llegar a España, los visigodos ocupaban la región de las Galias, de donde fueron expulsados por los francos. Por este motivo, los visigodos se vieron obligados a conquistar la Península Ibérica. La ocupación total de esta península fue completada por el rey Leovigildo, cuyo reinado transcurrió entre el 568 y el 586. Recaredo, hijo de Leovigildo, logró la unidad religiosa de España al convertirse al cristianismo en el III Concilio de Toledo en el año 589.
La heptarquía en las Islas Británicas:
Anglos, sajones y jutos crearon siete reinos. Esto fue llamado heptarquía. En el año 827 el reino juto de Wessex, que era uno de los más poderosos, conquistó a los otros reinos, y con ello las Islas Británicas se unificaron.
El reino Vándalo:
Luego de arrasar las Galias y de saquear España durante casi veinte años, los vándalos, dirigidos por Genserico, decidieron establecerse en el norte de África en el 428. Desde ahí, saquearon constantemente Italia. Finalmente, fueron conquistados por el emperador de Oriente, Justiniano, en el año 553.
El reino Ostrogodo:
En el 493, los ostrogodos dirigidos por el rey Teodorico, formaron un poderoso reino en Italia. Este rey fue un admirador de la civilización romana e hizo todo lo posible por facilitar la unión entre los ostrogodos y los vencidos. Por ello, su reinado fue un gobierno de paz.
La Iglesia, conservadora del legado romano
Con la caída del Imperio romano de occidente, la Iglesia fue la única fuerza capaz de mantener la idea de unidad del mundo europeo. El elemento religioso podría haber actuado como una razón de separación entre germanos y romanos, ya que algunos pueblos eran paganos, como los anglosajones, los francos, los suevos. Otros, como los vándalos, los burgundios, los visigodos y los ostrogodos se habían convertido al arrianismo, herejía que consideraba a Jesús como un ser mortal y no divino.
Bajo la influencia de la Iglesia, paulatinamente todos los reinos se fueron convirtiendo al catolicismo. Su conversión posibilitó los matrimonios entre romanos y germanos. Los casos más importantes de conversión fueron: 1) El de los visigodos, que se convirtieron del arrianismo al catolicismo bajo el reinado de Recaredo, a fines del siglo VI. Esta conversión posibilitó la unidad religiosa de España. 2) El de los francos, que se convirtieron del paganismo al catolicismo bajo el reinado de Clodoveo, a fines del siglo V. Desde ese momento, la Iglesia apoyó la expansión de este nuevo reino germánico.
La conversión al catolicismo de estos reinos consolidó la importancia de la Iglesia.
La organización de la Iglesia:
Cuando la Iglesia se organizó, tomó de la administración romana la división en provincias y diócesis. La sede del Papa, la máxima autoridad de la Iglesia, era Roma. Los papas basaron su prestigio en el hecho de ser sucesores del apóstol San Pedro.
A medida que el cristianismo se difundió, en las ciudades se crearon obispados que, en la mayoría de los casos, fueron ocupados por miembros de la aristocracia romana. De los obispos dependía el clero secular, dedicado a la atención espiritual de la población. Paralelamente, surgió el clero regular. Sus miembros, llamados monjes, se apartaban de la vida mundana para acercarse a Dios.
Tanto en el oriente como en el occidente de Europa, los monjes vivían en comunidades llamadas monasterios, donde practicaban el monacato como forma de vida. Para ordenar la vida en los monasterios, se impusieron reglas rigurosas como la austeridad, la moderación y la castidad.
Estructura de un monasterio medieval:
1. Portería
2. Iglesia
3. Claustro
4. Sacristía
5. Celdas
6. Biblioteca
7. Refectorio
8. Huerto
9. Hospital